Los cultivos transgénicos crecen a un ritmo cada vez más acelerado a nivel mundial, pero de la totalidad de naciones metidas en esta forma de producción 19 países en vías de desarrollo producen casi 100 millones de hectáreas, mientras solo 7 países industrializados tienen cerca de 86 millones de hectáreas de productos genéticamente modificados.
Con varios argumentos en la mano, los productores agroindustriales de Bolivia, principalmente asentados en el oriente, insisten en ampliar la producción transgénica, debido a que al momento solo se autoriza el uso de modificación genética a la soya.
El presidente del Instituto Boliviano de Comercio Exterior (IBCE), Reinaldo Díaz, informó que el área de siembra de cultivos genéticamente modificados en el mundo creció 110 veces entre 1996 y 2016. Señala que un total de 26 países aprobaron su cultivo “convencidos de su gran aporte a la conservación del medioambiente con el uso de biotecnología, una herramienta que ayuda a producir más y mejores alimentos con un menor uso de plaguicidas y gasto de combustible”, según un boletín de la institución que dirige.
En base al informe del Servicio Internacional para la Adquisición de Aplicaciones Agrobiotecnológicas (ISAAA) titulado “Revisión Global Anual de la Comercialización de Cultivos Biotecnológicos”, Díaz indica que el incremento de este tipo de producción evitó que se desmontaran 174 millones de hectáreas, se ahorró 620 millones de kilos de plaguicidas y evitaron la emisión de casi 27 millones de toneladas de dióxido de carbono.
Activistas, organizaciones no gubernamentales y otros se oponen a este tipo de producción y anteponen la necesidad de fortalecer la producción orgánica.
Los impulsores de los organismos genéticamente modificados (OGM) aseguran que no son dañinos para la salud, son amigables con el medio ambiente, benefician a los agricultores y con su uso se hubiera evitado en Bolivia la pérdida el año pasado de 182.000 toneladas de varias “razas” de maíz nativo por el ataque del gusano cogollero.
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