Rosa Alavi Condori y su esposo, Guillermo Condori Flores, del ayllu Mananzaya, son parte de esas familias. Entre sus ovejas, siembran la papa luk’i para garantizar un plato de comida y algo de chuño en el invierno. “La papa luk’i nos sirve mucho. No sembramos en cantidad, es nuestra comida”, dice Guillermo, sentado en medio de la pampa. Rosa asiente, tímida: “Hacemos chuñito, eso nomás produce aquí”.
Un cultivo milenario que resiste
La papa luk’i, blanca o morada, acompaña al pueblo Uru Chipaya desde tiempos inmemoriales. “Si la helada quema, vuelve a brotar hasta tres veces y siempre nos da papita”, recuerda Felipe Lázaro Mamani, del ayllu Ayparavi. Sus ancestros la usaban no solo para alimentarse, sino también para curar la gastritis o sanar heridas.
De acuerdo con la Revista Latinoamericana de la Papa, la luk’i fue domesticada hace más de 14.000 años por culturas preincaicas que habitaron las alturas de Bolivia y Perú. Su resistencia a heladas, plagas y sequías la convirtió en la base alimentaria de los pueblos andinos. En Bolivia todavía sobreviven unas 100 variedades de papas nativas, y la luk’i destaca por sus ocho subvariedades capaces de soportar hasta –6 °C.
Amarga en sabor, pero invaluable en aporte, la luk’i es ideal para elaborar chuño, alimento deshidratado que puede conservarse por años, garantizando seguridad alimentaria en tiempos de escasez.
Lameo y siembra mancomunada
En Uru Chipaya, cultivar papa es un acto colectivo y ancestral. Los comunarios aún practican el lameo, un método que consiste en lavar la tierra salitrosa con agua de lluvia que arrastra sedimentos desde los cerros y funciona como fertilizante natural. Después, se barbecha la tierra y se siembra de manera mancomunada: todos participan y luego se distribuye el terreno en pequeñas parcelas, llamadas ch’ia, que alcanzan en promedio media hectárea por familia.
“Lavamos la tierra para que el salitre salga. Esa lama es abono”, explica Guillermo. Así, con esfuerzo compartido, los uru chipayas logran cultivar papa, quinua y cañahua, destinados principalmente al autoconsumo o al trueque.
Kamayus: guardianes de la chacra
La siembra también tiene guardianes. En cada ayllu existen cuatro kamayus, autoridades tradicionales encargadas de vigilar las chacras desde la primera semilla hasta la cosecha. Ellos encienden fogatas para proteger los cultivos de las heladas, alertan ante plagas y desvían el agua en tiempos de inundación.
“Antes, los kamayus atrapaban a los gusanos con cuidado, sin maltratarlos, con ofrendas a la tierra”, recuerda Guillermo. Sin embargo, Rosa admite que hoy esa práctica se realiza “sin fe y sin voluntad, por eso no da efecto”. Cada vez más, algunos optan por agroquímicos, una señal de que la tradición también se ve amenazada.
La crisis climática arrasa
El administrador del Gobierno Autónomo de la Nación Originaria (GAIOC) Uru Chipaya, Abrahán Felipe, advierte que la crisis climática reduce cada año las familias que cultivan papa luk’i. Estima que hoy apenas 20 mantienen la tradición.
Las lluvias torrenciales, las heladas y la sequía prolongada han dañado los cultivos y mermado la seguridad alimentaria. En 2024, se perdió la mitad de las hectáreas destinadas a la producción agrícola y el 20% de las crías de ovejas murieron. Este año, el desborde del río Lauca afectó a 400 familias y arrasó con plantaciones de quinua.
En promedio, cada familia siembra dos arrobas de papa luk’i con la esperanza de cosechar entre dos y cuatro quintales. Pero la incertidumbre es constante: a veces el rendimiento es bajo y, en los peores casos, no se cosecha nada. La quinua, principal sustento económico, también sufre. De un rendimiento normal de 12 quintales, en años secos apenas llega a dos.
La tragedia más dolorosa ocurrió recientemente: la muerte de un niño por desnutrición, consecuencia directa de la pérdida de cultivos.
Persistencia en la adversidad
En medio de estas condiciones extremas, la papa luk’i sigue siendo un símbolo de resistencia. Aunque amarga, asegura alimento para el invierno, transformada en chuño que puede durar años. Para los Uru Chipaya, no es solo un cultivo: es memoria, medicina y herencia.
En una tierra que parece desierto, donde hasta las ovejas luchan por sobrevivir, la papa luk’i resiste. Y con ella, también resiste un pueblo que, pese a la crisis climática, se niega a rendirse.
Crónica realizada en el marco del VI Fondo de apoyo periodístico “Crisis Climática 2025”, impulsado por la Plataforma Boliviana Frente al Cambio Climático (PBFCC) y la Fundación Para el Periodismo (FPP).
Por: Oly Huanca Marca
26 de agosto de 2025
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