Mientras en las ciudades se paga por refrigeración artificial, en comunidades rurales del altiplano se mantiene viva una técnica ancestral. Durante la noche, en medio del campo, se colocan bandejas con una mezcla de tubérculos andinos —oca, isaño, papa— junto a trigo cocido y molido. El clima extremo hace el resto: el intenso viento gélido solidifica la preparación hasta convertirla en un helado natural y saludable.
Cada amanecer, la tierra devuelve su obra: Thayacha, un alimento frío, lleno de historia, nutrición y cultura. El nombre proviene del aymara “thaya”, que significa “viento frío”, en honor al clima que lo crea y a los saberes comunitarios que lo transmiten de generación en generación.
Este postre congelado no solo es un deleite para el paladar; es también un símbolo de resistencia cultural, sostenibilidad y conexión profunda con la tierra. La Thayacha nos recuerda que la tecnología más antigua —la de la naturaleza— sigue vigente, cuando se la escucha y se la respeta.