Rostros morenos, aunque enrojecidos por el cansancio y el baile de más de 6 horas; las mujeres con polleras, trenzas y sombreros, multicolores y chillones; los hombres con pantalones de bayeta, abarcas y ponchos. Bailan en ritmos tranquilos y a veces cansinos, acompañados de pinquillos, tarkas, tambores. Empezaron con cielo nublado a las 7 de la mañana, terminarán a las 11 o 12 de la noche. Llegaron desde 35 municipios y 16 provincias del departamento. Trasladaron sus fiestas comunales a la ciudad, ya bailan desde hace 25 años.
Es el Anata, la fiesta de las flores, frutos, la fiesta de la cosecha. Simbólicamente un grupo de jóvenes de Poopó, donde el lago agoniza de sed y la lluvia escasea, revelando la sobrevivencia de los habitantes del lugar. Ellos y ellas cantan: “Entraremos a la plaza, con toda alegría, echando mixtura”.
Este año los comunarios que viven el Jallu Pacha, así bautizaron a este acontecimiento que se da en tiempo de lluvia, época de florecimiento de los productos agrícolas y agradecimiento a los productos entregados por la Pachamama, piden más lluvia, más agua.
Los guías indígenas, al ingresar primeros en el Anata Andino, pidieron a gritos a quienes contemplaban la fiesta, volver a comunicarse con la Pachamama para tener más lluvia y más agua, no sufrir granizo y tampoco helada. El baile es intenso, largo y agotador. Por ejemplo, los qaqachakas, conocidos por su fuerza y su identidad fuerte casi guerrera, empezaron a las 7 de la mañana y terminaron su baile a las 3 de la tarde.
Un grupo de personas protestan en las redes sociales “a qué vienen, deberían quedarse en sus comunidades” dicen casi con desprecio. Sin embargo, los hijos de Soras, Carangas, Urus, Quillacas y Azanaques, movilizan ejércitos de chóferes al utilizar sus servicios, agotan comida de las calles, enormes cantidades de cerveza y artesanías. Por esto, una vendedora de api de las más de 30 instaladas en el templo del Socavón dice “vendemos bien nomás” y un chofer asegura que, aunque algunas calles se cierran durante el Anata hay más pasajeros durante estos días.
“Tupiza tierra chicheña, esa tierra de hermosas mujeres, pueblito encantado”, canta una imilla que llega desde esa región potosina, así como otras delegaciones del país que refuerzan a los más de 100 grupos de baile originario de Oruro.
Api con pasteles, p´asankallas, confitados, refrescos, comidas como ají de lengua, ají de fideo, picante de lenteja,chicharrón de llama y pollo se venden como pan caliente. Aunque muchos danzarines trasladan su qoqawi en aguayos, una mezcla de chuño, mote y carne cocida o kanka, sentándose en plena calle, agotados luego de 7 a 8 horas de baile y dando rienda suelta al hambre que se sacia con la merienda.
De los 494 mil habitantes de Oruro, 264 mil 943 viven en el municipio de Oruro, la ciudad grande y 229 mil están en las provincias, en el área rural, son quienes llegaron, tomaron la ciudad con su música, su canto y sus tradiciones.
En este departamento de planicies infinitas, 193 mil personas aprendieron a hablar en castellano, 22 mil en quechua y 19 mil en aymara, según censo 2012.
De acuerdo a esas estadísticas, 221 mil trabajadores tienen diferentes ocupaciones en el departamento, 64 mil en agricultura, 9 mil 700 en minería, 15 mil en industria manufacturera, 18 mil en construcción, 51 mil en comercio y transporte y 47 mil en otros servicios.
En esta jornada, la ciudad de Oruro producirá más de 100 toneladas de basura, el ambiente está inundado de sonidos de tambores, pinquillos, qonqotas y tarkas, todo para atraer a la lluvia.
Las mujeres de voces chillonas, serían la envida de los tenores, los sonidos que salen de sus gargantas son difíciles de imitar, parecen un lamento, pero tienen tal intensidad y una agudeza que podría romper ventanas y todo objeto de vidrio.
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