La mitad de los jaguares del mundo vive en Brasil, y la mayoría están concentrados en el Pantanal, el gigantesco humedal en la frontera con Bolivia y Paraguay. En los últimos días, los incendios están devorando el hogar de este felino, una tragedia ambiental que se repite cada año en la estación seca, pero que ahora está batiendo récords por una sequía más prolongada de lo habitual y los efectos de El Niño, que estos días deja en Brasil una ola de calor histórica. En la primera quincena de noviembre se detectaron más de 3.000 focos de incendio, el peor dato en 21 años, según el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (Inpe), que capta imágenes vía satélite.
El Pantanal es la llanura inundable más grande del mundo, pero su paisaje cambia radicalmente a lo largo de los meses. El fuego hace acto de presencia cada año, pero normalmente el pico de incendios se da entre agosto y septiembre, en el clímax de la estación seca. En noviembre ya debería haber empezado la temporada de lluvias. Es cuando la sufrida vegetación obtiene una tregua y empieza a reverdecer; cuando las lagunas, secas durante meses, empiezan a llenarse. No obstante, este mes está habiendo más incendios que nunca.
Muchos de los incendios son provocados para abrir espacio para la ganadería y la agricultura (sobre todo la soja, esta región es el granero de Brasil), pero también hay un factor natural. Las tormentas de estos días apenas están descargando agua, pero traen consigo rayos que al impactar en el suelo seco lo hacen arder todo con muchísima facilidad. En lo que va de año, más de un millón de hectáreas del Pantanal fueron pasto de las llamas, el triple que en todo 2022. Es una superficie equivalente a más de 16 veces la ciudad de Madrid o 6,5 veces São Paulo.
Este humedal lleva ardiendo sin freno desde hace casi un mes, pero en los últimos días hubo un salto de escala: las llamas llegaron a la Transpantaneira, la carretera de 150 kilómetros que ejerce como columna vertebral alrededor de la cual se sitúan la mayoría de haciendas que trabajan con ecoturismo. En uno de sus extremos está la ciudad de Porto Jofre, que en los últimos años se está labrando la fama de ser uno de los mejores puntos de avistamiento de jaguares de Brasil. La mayoría de estos felinos vive en la Amazonia, pero allí la densidad de la vegetación hace casi imposible toparse con ellos. En el Pantanal, en cambio, con un paisaje más parecido al de la sabana africana, es más fácil. Tan solo en Porto Jofre los especialistas ya catalogaron más de 300 animales, una de las densidades más altas del planeta. Son tantos que las agencias de viaje especializadas incluso ofrecen a los turistas bautizar a los no identificados. En esta ciudad, los safaris fotográficos ya mueven unos diez millones de dólares al año, y ayudaron a aumentar un 40% la oferta de camas en comparación con el periodo pre pandemia, según datos de la Universidad Federal de Mato Grosso y la ONG Panthera.
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